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9/18/2006

Has hallado un tesoro incomparable

Son muchos años los que he pasado buscando el lugar que Dios tenía preparado para mi, donde encajar esta pequeña piedrecilla, que estaba llamada a un gran mosaico, su Iglesia, su Cuerpo… pero ¿Dónde? Es mucho el tiempo que delante de un sagrario he estado preguntando con bastante insistencia y con algo de desesperación en algunos casos, “Señor ¿Qué es lo que quieres de mi?, ¿Qué quieres de mi vida?” Pero mi insistencia y mi no dejarle a Él hacer en mi, me ha hecho en muchas ocasiones quedarme solo en mi y no descubrir que es lo que me estaba pidiendo. Pero Él que es grande no ha dejado de esperar a que yo me dejara hacer, a que yo me pusiera verdaderamente en camino.

Ha pasado mucho tiempo desde que decidí ponerme en camino, hace 4 años en serio, aunque desde hacia algo mas mi corazón saltaba con solo saber que podía estar llamada a ser de Cristo.

En este tiempo fui confirmando una intuición que tenía desde hacia muchos años, desde que era pequeña, y era el entregar mi vida por entero a los demás, el servir allí donde el Señor me quisiera poner. Por eso vi mi vida entera dedicada a la misión, a la misión ad gentes, me veía por todo el mundo enseñando a los niños y bueno haciendo lo que el Señor quisiera, claro a esto se unía la mayor ilusión de mi vida que no era otra que ser maestra. Y en medio de todo esto el Señor me mandó dos veranos de misión a Republica Dominicana y me regalo la carrera de Magisterio, todo como siempre había soñado. Pero por pura Gracia, allí fui descubriendo o mejor dicho intuyendo lo que el Señor me iba pidiendo. Y es que la chica que toda su vida había estado al servicio de los demás, que al igual que Marta no paraba de hacer cosas, que estaba todo el día ayudando, que estaba de misiones y trabaja con los niños año tras año, estaba rota por dentro, si, me rompía, todo me podía, me superaba y lo que era peor sentía una gran impotencia ante todo lo que vivía y sobretodo por no poder llegar a todos los lugares del mundo. Tanto sufrimiento que veía me hacia sufrir, los telediarios, todas las revistas de misiones, los niños míos de catequesis, las misiones, todo me superaba y al mismo tiempo que me sentía instrumento en manos de Dios, sentía una gran impotencia que solo aliviaba la oración, comencé a darme cuenta que lo único que podía hacer era orar, y que no se me pedía ser la salvadora del mundo, solo se me pedía orar, ponerme ante el santísimo y ofrecer todo el sufrimiento, todos los rostros que día tras día veía en el metro, por la calle, en clase, en la casa del pobre, en los colegios, en la parroquia, etc… ¿Pero como era posible que a la chica que más cosas hace, que en más cosas está, la chica más activa solo se la pidiera que se arrodillara y orara por cada uno? Pues si, eso era solo orar.

Pues bien con esta intuición me puse en camino al mismo tiempo que yo seguía empeñada en ser la súper misionera-maestra-mundial, y yo misma fui diciendo NO una y otra vez al Señor. Y seguía buscando mas allá de donde me botaba el corazón, de tal forma que sin saber como, estaba en todo, en todas las oraciones, movimientos, parroquias, peregrinaciones, delegaciones, etc… pero estaba rota, vacía, estaba en todo pero no me sentía de nada. La piedrecilla no estaba en el lugar que la correspondía. Y así fue pasando el tiempo de tal forma que en el corazón comenzó a resonarme: “pero tengo contra ti que has dejado enfriar tu primer amor” (Ap 2, 4). ¡Dios se había marchado, se había cansado de esperarme! Yo misma me había condenado por jugar tanto con Él. Y fue aquí donde comencé un camino totalmente erróneo. Ya que había fallado pues... <> -pensé-. Pero descubrí que tenía un sello, el sello del Bautismo, que, por mucho que quisiera, no podía quitarme. Y, también, que si me apartaba de la Iglesia me moría. Entonces el Señor que es sabio y que sabe preparar los corazones para cada momento, fue mostrándome la necesidad que mi corazón tenia de una comunidad, la necesidad de compartir mi fe, la necesidad de crecer. Y me recordó que nunca había apagado mi deseo de abrazar la virginidad. Pero a pesar de todo esto, en mi seguía resonando las palabras del Apocalipsis y es que yo sentía que me había condenado. Hasta que la Iglesia me dijo “Si tu quieres puedes volver al camino, porque Dios siempre te está esperando”, no me lo podía creer, el mismo Jesucristo seguía esperándome, no se había cansado de esperar. ¡Qué alegría! Pero era importante, se me había dicho “si yo quería”. Claro la pregunta ahora era clara, ¿Yo quería? Pues claro que quería, pero por ser como soy, seguía empeñándome en poner primero los miedos antes que la fe en Cristo, pero Él que solo sabe seducir y salir al encuentro me derribo todos los muros y seducida por Él solo pude dejarme en sus manos. Sí solo pude hacer lo mejor, porque fue en el momento que mi corazón descansó. Por fin había dejado que fuera Él, el que dirigiera mi vida, que fuera Él mi Señor. Entonces fue cuando, y solo entonces, comencé a sentir una alegría inmensa, una alegría que no se apagaba, una alegría que incluso en medio de las dificultades me hacia no perder la serenidad que daba Él, solo entonces descubrir la alegría Pascual, la alegría del Resucitado. Estaba en camino para ver que es lo que el Señor quería de mí. Me ponía en manos de la Iglesia, que como Madre sabia me iba a ayudar a descubrir el Designio de Dios en mi vida. ¡Que alegría, que gozo!

Pues bien ese camino me ha llevado a que Dios me hable y hable bien claro, y que mi corazón deje de poner obstáculos absurdos entre ÉL y yo. Y por puro Amor, solo por Amor me lleva a responderle en el día de hoy, a decirle SI, como desde muy pequeña me enseño Nuestra Madre. Y darle este SI, pequeño aún, entrando el próximo 24 de septiembre en las Clarisas de Lerma. Todo por puro amor, y misericordia. Se me regala el poder decir SI, en esta comunidad de hermanas Clarisas y comenzar lo que será un camino de consagración, que como mínimo durara 6 años. Todo desde la sencillez y discerniendo cada día qué es lo que el Señor me pide. Para eso el Señor me regala un cuerpo en el cual discernir: Su Cuerpo. Me pone en manos de la Iglesia que nunca me ha abandonado y que con sabiduría me guía.

Es una alegría inmensa la que vivo en estos momentos, que puedo responder a Cristo. Es una alegría inmensa la que me da saberme Amada y Elegida por Jesucristo. El Señor comienza a colmar los deseos de mi corazón, y el poderme entregar por cada uno, es una alegría que me inunda y me desborda. “Tan solo por uno”. Y muy especialmente por los sacerdotes. El Señor me ha dado el don de poder amar la vocación del sacerdocio de una forma especial, me ha bendecido con muchos amigos y hermanos sacerdotes y ha puesto en mi corazón un deseo muy grande de cuidarlos y amarlos, y me ha mostrado que la única forma que tengo para ello es postrada ante sus pies. Por eso por cada uno de ellos quiero entregarme a cada momento “Para que tengan vida”.

Patricia Fernandez García